En mayo de este año de 2011, la Organización Mundial de la Salud (OMS) emitía una nota de prensa en la que por primera vez alertaba de la peligrosidad de los “campos electromagnéticos generados por radiofrecuencias” en la salud. La nota, muy explícita ya en su mismo título, fue ampliamente difundida en los medios, ya no sólo por su contenido, sino por el claro cambio de actitud de este organismo internacional de la salud, respecto a los efectos de los campos electromagnéticos (CEM) en los seres vivos.
Unos días antes de este anuncio, el Consejo de Europa, también en mayo, se posicionaba en posturas similares, más tibias, pero menos “chocantes”, por cuanto que desde tiempo atrás el Parlamento había venido reconociendo, de forma más o menos directa, la relación entre salud y ondas, la electrohipersensibilidad, y la presión de los lobbies de la industria (para “retrasar” investigaciones promovidas por el Consejo, para introducir personas afines a sus intereses en puestos políticos o de salud de responsabilidad, etc.).
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