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Un envenenamiento consentido. Efectos en la salud de la contaminación ambiental

Los efectos sobre la salud de las exposiciones a contaminaciones que provienen del medio ambiente se han comenzado a recopilar en los últimos veinte años. Aquí presentamos un resumen de cómo la contaminación del agua, el aire y los alimentos afecta a nuestra salud.

 Ecoticias.com

Es difícil establecer relaciones de causalidad entre el producto utilizado y las consecuencias sobre la salud porque a veces las personas están expuestas a elementos contaminantes en el lugar de trabajo, pero también sufren la exposición ambiental que puede provenir del agua, del aire, los alimentos o de productos cosméticos o farmacológicos. A diferencia de las radiaciones ionizantes, el efecto de los productos químicos depende de las dosis y de la repetición de la exposición. También tenemos que partir de la base de que los avances en la síntesis de sustancias nuevas, sean insecticidas de nueva generación, desinfectantes, pinturas o tintes, han supuesto una mejora de la calidad de vida de muchas poblaciones del mundo, y que no todas las sustancias químicas son nocivas. El problema es que muchas no han sido evaluadas en relación con los posibles efectos negativos que pueden tener sobre la salud humana.

El agua
Los contaminantes químicos hidrosolubles y los metales pesados se pueden introducir en los seres humanos, los peces o los moluscos mediante el agua contaminada de los ríos y del mar. Son muchos los ejemplos de estos efectos, como es el escaso desarrollo de los peces y moluscos machos en las proximidades de los deltas de los ríos o de las rías gallegas, el hecho de haber encontrado en las aguas del río Ebro, delante del pueblo de Flix, una gran cantidad de detritos procedentes de las fábricas cercanas, con hexaclorobenceno y otras sustancias, y que los niños de esta localidad nazcan con niveles altos de estos productos en el cordón umbilical.[1] Otro ejemplo es la contaminación causada por el Prestige, que ha afectado el ADN de los voluntarios que fueron a sacar el “chapapote”, según estudios realizados entre la Universidad de la Coruña y la Universidad de Barcelona.

El aire
A través del aire se pueden transmitir los contaminantes volátiles, como los insecticidas que se utilizan en la agricultura o en las desinsectaciones de locales, hoteles, escuelas, piscinas, servicios de transporte público o contenedores de residuos, que se han de someter a desinsectaciones frecuentes. Pero también los hidrocarburos procedentes de la combustión de la gasolina, expulsados a través del tubo de escape, son un contaminante; actúan como disruptor endocrino y contienen metales pesados, como el plomo. Y aún más, a todos ellos se unen las emisiones de otros gases, como el óxido nitroso, el anhídrido carbónico y los sulfatos.

Los alimentos
Los alimentos como la carne, el pescado, la leche y sus derivados pueden contener algunos de los productos orgánicos persistentes que se disuelven en medios grasos (liposolubles) del entorno en que viven los animales que luego se utilizan para el consumo humano. Los productos que contienen grasas son los que más niveles de dioxinas y bisfenol policlorados (PCB) pueden contener.

Consecuencias del consumo de sustancias químicas
En primer lugar, pueden afectar la salud del feto (teratogénicos) y el material genético de los seres humanos (genotóxicos). Pueden ser inductores de cambios en la salud reproductiva y en el equilibrio de las hormonas, lo que puede tener el efecto de disruptores endocrinos.[2] Se han descrito también efectos carcinógenos y neurológicos, y pueden ser inductores de procesos autoinmunes i de alteraciones de la inmunidad, de la fatiga crónica y la fibromialgia, y de la hipersensibilidad química múltiple.
La exposición a productos químicos y el riesgo de cáncer ha sido una de las correlaciones que, aunque es difícil de obtener, ha cambiado el panorama de la prevención en salud laboral y ha permitido mejores estrategias de prevención.

Desde la década de los ochenta se empezó a conocer que la exposición a herbicidas como el clorofenoxi podía producir sarcomas de tejidos blandos; la exposición a creosota, cáncer de piel, la exposición a dibromo cloropropano, cáncer de pulmón, el dibromuro de etileno incidía en producir linfomas, el óxido de etileno, en la aparición de leucemias y cáncer de estómago y pulmón. Finalmente, la exposición a formaldehído, ampliamente usado en la industria de la madera y del mueble, en la industria papelera, textil y de producción de plásticos, en hospitales y laboratorios, puede tener consecuencias carcinogénicas amplias.[3]

La exposición laboral o accidental a pesticidas
En primer lugar, afecta a la población de trabajadores y trabajadoras de la agricultura y, a veces, por mala manipulación o por falta de información, también afecta a sus familias, con un riesgo más elevado para los niños de corta edad e incluso durante el desarrollo fetal. Afecta también a los trabajadores y las trabajadoras que fabrican, manipulan y aplican los pesticidas. Además, pueden producir efectos sobre la salud de los trabajadores y las trabajadoras de centros laborales en los que se han aplicado insecticidas sin seguir normas de aplicación, o sin respetar los métodos inocuos de limpieza posteriores a la aplicación. Finalmente, la exposición más sutil y continuada se debe a la contaminación del agua y los alimentos por pesticidas.[4] Las consecuencias a corto, medio y largo plazo de la exposición a insecticidas son cáncer infantil y en la vida adulta, problemas en la salud reproductiva, enfermedad de Parkinson, enfermedades autoinmunes, disrupción endocrina y neuropatía central y periférica.

¿Cómo se pueden generar actitudes exigentes y responsables?
En primer lugar, tenemos que dar mucha más información a toda la población, a padres y madres y a los educadores y educadoras, porque sin información no podemos cambiar las prácticas cotidianas de consumo y alimentación. No es fácil ofrecer información veraz y por ello es necesario actualizar los conocimientos con consultas a bases de datos o páginas web como la del Consejo Asesor de Desarrollo Sostenible (CADS) [5] que también propone buenas prácticas que podríamos hacer en nuestra vida cotidiana para preservar el medio ambiente. El ejemplo de los adultos reciclando los residuos, clasificando la basura y evitando que se multiplique la incineración de residuos hará que las nuevas generaciones cambien su actitud frente a la contaminación ambiental.
Pero la calidad del aire, del agua y los alimentos depende mucho de los controles que debe hacer el gobierno a través del Departamento del Medio Ambiente y de la Agencia de Salud Pública. Por tanto, las nuevas generaciones deberían aprender a consultar y estar atentos a la información que darán los gobiernos y a exigir más, para demostrar que está mejorando la calidad de los medios por los que se puede introducir la contaminación en el cuerpo humano.

¿Cuáles son los retos para afrontar?

Hay que promover la investigación biomédica entre industria, salud pública y universidades para establecer las correlaciones entre contaminantes y problemas de salud de la población. Conocidas las causas, habrá que estimular las tareas de prevención, con normas claras de cómo se deben utilizar los productos químicos, los insecticidas y los productos de limpieza. Habrá que estimular que las etiquetas de los productos contengan toda la información de los contenidos, incluidos todos los productos destinados a la alimentación, y si pueden contener productos transgénicos. Es importante también que se conozcan los beneficios de la alimentación ecológica, que no contiene insecticidas en su producción.

Considero que también será muy importante estimular la participación ciudadana en la toma de decisiones, dar por ley la información necesaria a la población y al mismo tiempo compartir con la ciudadanía las responsabilidades de consumo, reciclaje de residuos y control de la calidad de agua, del aire y los alimentos que tendremos que hacer en el futuro.

¿Cómo podemos exigir el cumplimiento de las legislaciones relacionadas con la reducción de riesgos para la salud?
El denominado Convenio de Estocolmo de 2001, ratificado en 2005, definió doce productos de eliminación prioritaria en todos los países del mundo, atendiendo a los efectos tóxicos que tienen, su presencia en el medio ambiente y su persistencia en el interior del cuerpo humano, ya que todos son productos organoclorados. Estas sustancias, que se llamaron contaminantes orgánicos persistentes (COP)[6], son el aldrín, el PCB, clordano, el DDT, el dieldrín, las dioxinas, las endrinas, el furano, el heptacloro, el hexaclorobenceno, el mirex y el toxafeno. En Cataluña, desde el año 2005, representantes del Departamento de Salud, junto con representantes del Departamento de Agricultura, Ganadería y Pesca, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, la Agencia Catalana del Agua, la Agencia de Residuos de Cataluña y otros organismos, bajo la coordinación del Departamento de Medio Ambiente y Vivienda, trabajan en la vigilancia y el control de los contaminantes del Convenio de Estocolmo desde diferentes vertientes: vigilancia de los alimentos, reducción de emisiones al medio ambiente, identificación y localización de las fuentes o sustitución de las sustancias contaminantes por otras de inocuas.

A escala europea, el Parlamento preparó el Plan de salud y medio ambiente 2004-2010, que han seguido de manera muy precaria todos los países de la UE, y la aprobación de la iniciativa REACH (reevaluación del efecto de las sustancias químicas), que es un primer hito y que se debe seguir con cuidado. Para agrupar el estado del conocimiento sobre esta materia se puede consultar el estudio del CAPS sobre Salud y Medio Ambiente impulsado por el CADS.[7]

sostenible.cat



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