A veces la vida te concede una segunda oportunidad. A Eva María Alabau, aquejada de fibromialgia y sumida en una profunda depresión, no le cabe la menor duda. Su mundo se derrumbó cuando a principios de agosto la Seguridad Social le denegó la invalidez, como adelantó LAS PROVINCIAS.
Desesperada por la situación, recurrió la resolución e inició una huelga de hambre que se prolongó durante 30 días. Ahora su lucha ha dado su fruto: acaban de concederle la incapacidad. «He tenido que leer la carta certificada tres veces porque no podía creérmelo. Por fin tengo la ayuda», explica esta valenciana de 33 años, en paro, separada y con dos hijos pequeños.
La Administración le ha reconocido un 75% de minusvalía. Una respuesta muy diferente a la que Eva María recibió hace tres meses, cuando la solicitud le fue rechazada, pese a que había aportado más de 40 informes favorables de traumatólogos y psiquiatras. «Es injusto», clamaba entonces la valenciana. Ahí comenzó su batalla. Dejó de comer, de beber y de tomarse la medicación. Perdió más de 10 kilos aunque ganó el cariño de cientos de personas, que la arroparon desde el principio. Incluso se manifestaron a las puertas de su casa para mostrarle su apoyo.
700 euros al mes
Ahora Eva María vuelve a sonreír. «Estoy contenta aunque aún lo estoy asimilando», reconoce. Cobrará alrededor de 700 euros al mes. La pensión de invalidez no aliviará el dolor que le recorre todo el cuerpo pero sí la ayudará a salir adelante. «Ahora respiraremos un poco. Habíamos llegado a un punto en el que estábamos muy mal económicamente. Tuvimos que pedir dinero a amigos y familiares para ir tirando», asegura la joven que vive en casa de su madre, Cándida.
Hasta ahora, sólo sobrevivían con su paga de viudedad, que apenas alcanzaba los 600 euros, porque Eva María dejó de trabajar hace meses. «Todos estamos más animados en casa. A ver si poco a poco empiezan a ir mejor las cosas. Mi hija va a recibir unas sesiones en Madrid para calmarle el dolor. A ver si así puede, al menos, acompañar a mis nietos al parque y llevarlos al colegio. No tiene más ilusión que poder hacer las cosas cotidianas», explica Cándida.
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