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Las enfermedades ‘químicas’

El hombre ha creado más de 100.000 sustancias químicas sintéticas que no estaban en la naturaleza. Muchas de ellas producen dolencias

CARLOS DE PRADA

Según la Organización Mundial de la Salud, cerca de una de cada cuatro enfermedades y muertes en el mundo tienen que ver con el medio ambiente. En ese contexto, cada vez hay más evidencias científicas que asocian algunas de las enfermedades que más están creciendo en Occidente con la exposición a sustancias contaminantes.

El hombre ha creado más de 100.000 sustancias químicas sintéticas que no estaban presentes en la naturaleza. De ese elevado número de sustancias, solo en torno a un 1% ha sido evaluado, más o menos ‘adecuadamente’, acerca de sus posibles riesgos para la salud humana y de los ecosistemas. La verdad es que, incluso, existen muchas dudas acerca de los criterios que han sido tenidos en cuenta para establecer los llamados ‘límites’ ‘legales’ de infinidad de sustancias a las que podemos vernos expuestos.

Prestigiosas revistas científicas publican regularmente estudios que van vinculando cada vez de forma más clara problemas de salud como el cáncer, la diabetes, el Parkinson, el asma, los problemas cognitivos de los niños o las disfunciones reproductivas, por ejemplo, con diversas sustancias contaminantes.

Hasta hace poco, la atención se centraba en la exposición a niveles altos de tóxicos debidos a algún accidente industrial o entre algunos sectores de trabajadores. Pero en los últimos tiempos lo que más preocupa son los efectos de los niveles ‘bajos’ del cóctel de miles de contaminantes que se encuentran en la mayor parte de la población.

La idea que algunas personas tienen de que enfermar por los tóxicos es cosa que solo puede pasar al trabajador de alguna industria es algo superado. Algunos tóxicos, como las nitrosaminas, pueden estar en industrias muy contaminantes, pero también en cosméticos de uso cotidiano.

En un producto de la limpieza puede haber sustancias como los éteres de glicol, que pueden causar malformaciones congénitas. Un simple perfume puede contener sustancias tóxicas muy preocupantes como algunos almizcles sintéticos o ftalatos. El que el cuarto de los niños esté revestido con PVC con una serie de aditivos puede tener que ver con que tengan un mayor riesgo de padecer asma infantil. El usar sartenes con antiadherentes basados en algunas sustancias perfluoradas puede tener que ver con que una mujer sufra problemas para quedar embarazada. Los plásticos y tapicerías de una casa pueden liberar sustancias retardantes de llama con bromo causantes de los más diversos desarreglos. El comer alimentos con grasas -reservorio de los más diversos tóxicos- puede tener que ver con desarrollar o no un cáncer de mama o de colon, o tener menos espermatozoides. Los escenarios posibles son innumerables.

MAL SILENCIOSO

Hace unos pocos años, un grupo de prestigiosos científicos, entre ellos varios premios Nobel, suscribieron el Llamamiento de París, en el que advertían de que la contaminación química está produciendo una pandemia silenciosa, contribuyendo al crecimiento del cáncer, de la infertilidad, de problemas del sistema hormonal o, entre otras cosas, del aparato respiratorio o nervioso.

Miles de estudios científicos asocian la exposición a sustancias químicas con los más diversos problemas de salud. El bisfenol A, compuesto presente en el plástico policarbonato, presente desde en biberones hasta en empastes dentarios o en revestimientos de latas de comida, por ejemplo, ha sido asociado a diversos problemas que van desde las reacciones alérgicas a la diabetes o el cáncer de mama. Aluden a ello cientos de investigaciones realizadas.

Todo indica que las sustancias químicas pueden estar teniendo un gran peso en la carga social de enfermedades occidentales. Pero la humanidad a veces es muy lenta a la hora de reaccionar ante grandes amenazas. Pensemos lo que pasaba a mediados del siglo XIX con los microorganismos. La ignorancia era tal que los médicos atendían a las parturientas con las manos sucias con las que acababan de diseccionar cadáveres y, claro, muchas de ella morían por fiebres puerperales a consecuencia de las infecciones.

Pasteur no había realizado aún sus descubrimientos sobre los microorganismos y, cuando un médico llamado Semmelweiss tuvo la intuición de proponer el lavado de las manos, todos se rieron de él. Semmelweiss murió rodeado de incomprensión mientras las mujeres seguían falleciendo por no adoptar medidas de higiene.

La humanidad puede vivir rodeada de muchos elementos patógenos sin ser consciente de ello. Antes fueron los microorganismos, hoy son las sustancias contaminantes. Afortunadamente, a diferencia de lo que sucedía en el siglo XIX, hoy en día hay miles de investigaciones de los nuevos ‘Pasteur’ que han identificado el peligro de los tóxicos. Pese a ello existe una gran resistencia, en parte por intereses creados, que impide que se haga el caso debido a la voz de la ciencia.

Entre las muchas enfermedades que pueden deberse a estos factores hay una, la Sensibilidad Química Múltiple (SQM), que reviste un interés especial, ya que así como en otras muchas enfermedades que pueden haberse debido a la exposición a sustancias químicas ello sucede de forma más encubierta, en ésta no, en ésta es más evidente.

La SQM es una enfermedad muy didáctica, ya que los que la padecen son como ‘detectores humanos’ de sustancias químicas tóxicas a niveles bajos de concentración. Esta dolencia y otras muchas afectan a cientos de miles de españoles a causa de la química La medicina del siglo XXI o será ambiental o, simplemente, no será.

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Carlos de Prada es periodista especializado en medio ambiente. Ha recibido Premio Global 500 de la ONU y el Premio Nacional de Medio Ambiente. Acaba de publicar ‘SQM. El riesgo tóxico diario’ (Ed. Fundación Alborada) y mantiene dos blogs activos en internet ‘La verdad es verde’ y ‘Fondo para la Defensa de la Salud Ambiental.’



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