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Historia de Almonaster

“HISTORIA DE ALMONASTER (relatos)
IGNACIO VÁZQUEZ MOLINÍ

Colección PUERTA ANCHA, nº 2

13 cm. de ancho X 19′5 cm. de alto. Cubierta a color. Plastificado brillo. 175 páginas.
Edita: Ateneo Alternativo “Antonio Carrasco Suárez”
Camino del Saladillo, 11, 2º B - 21007 Huelva
Página web: http://www.cacua.com
Colabora: Consejo Asesor de Actividades Literarias del Área de Cultura de la Diputación de Huelva y Área de Cultura del Ayuntamiento de Almonaster
Coordina: Marcos Gualda
Cubierta: José María Franco. La Mezquita de Almonaster La Real
Diseño y maquetación: barco de ideas
Imprime: Artes Gráficas Hontiveros, S.L.
Béjar, 2004
Depósito legal: S-349-2004
ISBN: 84-933697-0-5

BIOBIBLIOGRAFÍA:

Ignacio Vázquez Moliní (1963) es abogado y funcionario internacional. Completó su formación en las Universidades de Túnez, Malta y Beirut. Tras largos años en Bruselas, hoy divide felizmente su tiempo entre Almonaster y Lisboa. Es en ciertos rincones de las recoletas cuestas de estos dos lugares donde se le aparecen, como si de inesperados reflejos del Zancolí o del Tajo se tratara, las fuentes de una inspiración literaria que fluye al margen de toda etiqueta previa. Fundador del Círculo Cultural Faroni y experto en hiperbrevedades ha publicado en la colección Andanzas de Tusquets: Quince líneas (1996); Galería de hiperbreves (2001). Ha ganado varios concursos literarios: Adam Smith, de ensayo; Barcelona Pipa Club, de cuento; Amapamu, de narrativa. Es también autor, entre otros, de un irrepetible libro de viajes Periplo alfabético de un fumador de pipa (2000) y de una novela El lector enmudecido (2002).

TEXTO CONTRACUBIERTA:

El libro de Ignacio Vázquez es una perfecta mezcla de historia y de invención que recrea Almonaster la Real. Al terminar su lectura estamos tentados de llamar a la villa, Almonaster la Irreal.

Es una población de limpias calles, blanquísimas casas y pétreas ruinas, rodeada de umbríos montes. Como todo lo que es antiguo y bello, tiene algo de enigmática y misteriosa. El autor nos hace descubrir la población de la mano de personajes excéntricos y geniales, inventa leyendas que si no ocurrieron, son verosímiles. Queda el lector en la eterna duda de si la historia, todas las historias del mundo, fueron realidad o las hemos inventado.

Cada capítulo es como un pequeño grabado en color que ilustra una época y unos acontecimientos que sí fueron reales. El autor inscribe Almonaster en la historia de España, desde los antiguos romanos hasta los intrépidos conquistadores y los anarquistas de la guerra civil. Los personajes -¿serán reales o serán puros impostores?- pasean con naturalidad por las páginas del libro y por Almonaster, dejándonos pistas y recuerdos para que el curioso lector no deje de visitar el pueblo y trate de averiguar dónde termina la verdad y dónde empieza el sueño.

Y todo ello, y esto es muy importante, en un castellano límpido y rico, envuelto en una humilde y tierna poesía.

Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

PREFACIO SUPERFLUO:

Puede parece evidente que toda novela contenga una historia. Que ésta sea mejor o peor es lo de menos. Lo importante para una narración es que alguien la cuente. También nos parece que la Historia encierra una larga novela, que aunque un tanto tediosa, con su aquél de misterio, conlleva un desenlace que, por fortuna y en contra de lo defendido por algunos, todavía se nos escapa. Ojalá que así siga siendo a lo largo de innumerables páginas.
La novela que la Historia nos va contando no es, desde luego, de las mejores. Se advierten, eso sí, variados recursos, que en su momento fueron propios de una cierta vanguardia. Los emplea con acierto para mantener la atención del lector. El más insignificante no es ni con mucho la repetición de escenas paralelas separadas por el transcurso de los siglos.
La simpleza consumista que caracteriza al lector contemporáneo ha favorecido el desarrollo de un cierto relato pseudo-histórico que nada aporta a la Novela. Por supuesto, favorece todavía menos a la Historia.
Pocas cosas puede haber más absurdas que intentar rescribir lo que ya fue contado hace siglos. La burda copia de modelos del Siglo de Oro sólo se explica por la avidez de aquellos que explotan sin escrúpulos la estulticia propia de esos lectores que están en la novela sin otro planteamiento más que el del simple estar.
Porque, en efecto, en una historia no sólo se puede sino que se debe estar. Cuando no ocurre así, la narración pierde su esencia más profunda. Deja de ser ese cuento antiguo y único que desde tiempos remotísimos nos lleva por la vida para transformarse en una insulsa mercancía que a lo sumo hace pasar el rato.
Eso sí, no se puede estar nunca en la Novela con la indolencia del que se recuesta en una tumbona. Siguiendo a Ortega, no sería descabellado calificar a esos lectores, que así se abandonan en las páginas de una historia, como lectores-masa. Renuncian a ejercer cualquier excelencia crítica hacia lo que se les va contando.
El absurdo se repite con el deslumbramiento de aquellos que, creyéndose Flaubert, Dumas, Blasco Ibáñez o Galdós, hacen como que recrean los ambientes de Cartago, Roma o Persépolis, copiando las intrigas de las cortes del Gran Tamerlán, Luis XIII o Isabel II.
A menudo, a esta miseria narrativa se le añade el ingrediente lamentable que transforma por arte de birlibirloque a esclavos ilustrados, monjes medievales, y espadachines bigotudos en detectives de salón. Siguen fielmente los pasos de Hércules Poirot para descubrir ya casi al final del libro al autor del crimen.
Aprovechan en seguida estos autores para publicar un segundo volumen y luego un tercero, y así, ad infinitum. El único límite es la pervivencia física del autor. De esta manera, el patético protagonista da cabriolas desde Madrid hasta Flandes, regresa luego a Castilla, conspira después un poco en Londres y, si es preciso, en el cuarto volumen pasa a Indias.
Se amortizan así a las mil maravillas los costes inherentes al lanzamiento del primer tomo. Todos quedan satisfechos. El lector-masificado, aunque parezca mentira, también.
Se olvida con frecuencia que la Novela, por definición, se hará histórica. A pesar de la brevedad de la vida, basta esperar el tiempo preciso para transformar, por ejemplo, el nouveau roman en una antigualla de chamarilero que tendrá al menos, al contrario de lo que ocurrirá con las novelas antes aludidas, el valor de lo que algún día pasará de trasto viejo a buscada pieza de anticuario.
Cierto es que existe, desde mucho antes que Cortázar, lo que denominamos contra-novela. Otros, como Vázquez Montalbán, prefieren hablar de anti-novela. Nos referimos también, en no pocos casos, a la novela anti-histórica cuando un relato tergiversa, por ejemplo, el análisis de las cláusulas del Tratado de Alcañices que desde el siglo XIII hasta la fecha mantiene en el dulce limbo jus-internacional a buena parte de la raya de Portugal. Se narran así acontecimientos que pueden ser verdad y no haber sucedido.
Así las cosas, quizás alguien piense que las páginas que siguen constituyen algo así como una contra-novela anti-histórica. Cada cual es muy dueño de opinar como mejor le parezca.
Nos proponen, eso sí, un paseo por las calles de Almonaster la Real, villa que, aunque pueda no parecerlo, al igual que Vetusta, Macondo y Región, efectivamente existe.
Los personajes, al margen de su existencia pasada o de su actual ficción, son todos ellos héroes de novela. Desde esta perspectiva, tan reales son el erudito Sidi Almonasteri como el ministro Tenorio de Castilla, la triste Duquesa de Palmela o el ilustrado Phelipe Martín de la Calle de la Fuente.
No olvidemos que a pie de página aparecen infinidad de personajes indispensables para estar en esta historia. La narración no tendría sentido sin las sabias aportaciones de los insignes estudiosos del Imperio Romano, la España musulmana, el Renacimiento, el Siglo de Oro o los períodos decimonónico y contemporáneo.
Reiteramos por tanto nuestro más sincero agradecimiento a los insignes profesores e investigadores Martínez Montánchez, Pastor Triguejo, Arias-Tonet, Henri-Provençal, Mikel de Panza, Wolfgang Oppenheimer, Lewitt-Strauss, el doctor Javier Rosado, Gómez de la Sierra, González de Sueiro, Earl J. Milton, Karlos Artiñano y tantos otros.
Son también personajes fundamentales de esta narración los eruditos de antiguas épocas que, como no podía ser menos, aparecen una y otra vez. Gracias a los esfuerzos de estos hombres excelentes el avance de las ciencias físicas y sociales ha sido posible.
Muy difícilmente podrá estar en la novela aquel lector que desconozca estas indispensables aportaciones al progreso de la Humanidad.
Recordemos por tanto con la gratitud debida a algunos sabios como Abenzaltún, al-Garnati, Pérez de Guevara, el Padre Cortina S.J., Caramel, Pallín Palacios, don Emilio García Pérez, o Joaquín María Blázquez.
Como fácilmente descubrirá el lector, resulta evidente que determinadas figuras son personajes de ficción. Tal es el caso de Potocki, Ali Bey, Franklin o el marqués de Lafayette.
Además de los protagonistas principales de esta narración, no olvide el lector que otras figuras que aparecen en los diferentes períodos, como el bandolero Cornejo, el virrey Velasco o los dos padres Espinosa de los Monteros, son personajes de la Historia, o cuando menos, de alguna historia.