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GÉNESIS

Aquí copiamos la explicación que la principal impulsora del proyecto nos da sobre su motivación para hacerlo.

EL NACIMIENTO DE LA IDEA, EXPLICADO POR SU MADRE:

Hace unos años, me maravillé al oir a la anciana abuela de una querida amiga, usar con naturalidad y finura el futuro de subjuntivo.

Era una señora del campo de Huelva, y más en particular de La Palma del Condado, sin estudios formales, pero con una delicadeza de expresión en el fondo y la forma como sólo el campo la daba.

Se sabe que la variedad del lenguaje estimula la sagacidad de la inteligencia, y que ésta no depende de los títulos académicos que incluso, quizá, la petrifican, como efecto colateral perverso de la especialización.

Lo cierto es que una sociedad arcaica, rural y casi analfabeta, como la latina republicana, empleaba un lenguaje riquísimo en el que había sutilezas como declinaciones, tres géneros, supino, participios de pasado, presente y futuro, voz pasiva, modo perfecto, etcétera

Cuando un romano hablaba podía hacerlo con una precisión y una concisión asombrosas. ¡Eso sí que era economía del lenguaje! Su definición de justicia se hacía con tres palabras: “Suum cuique tribuere”. Nuestra traducción necesita seis: “Dar a cada uno lo suyo”.

Es que, por una incomprensible tendencia, después de las invasiones germánicas, la lengua se empobreció muchísimo en las regiones invadidas. Hubo una nueva ruralización, pero esta vez sin el esplendor de las formas de vida originarias. Algo así como la ruina cultural que ve la nueva ciencia ficción como futuro.

En el romance castellano se perdieron el participio de futuro y el de presente, aunque de éste quedan vestigios, que con conciencia y voluntad, se podrían verbalizar de nuevo, como amante, presidente, etcétera. Se perdieron el futuro y el condicional, aunque milagrosamente, por la fonética del verbo “haber” se recompusieron por la mano izquierda, con una perífrasis luego convertida en una sola palabra: “yo amar he”, yo amaré, o “tú amar hías” (forma arcaica), tu amarías.

También se perdieron para siempre la voz pasiva y el aspecto perfecto, sustituídos por sendas perífrasis con los verbos ser y haber. Formas largas y pesadas, que recargan los párrafos en cuanto te descuidas.

Del supino, no quedaron ni  rastros. Y de sus matices semánticos, no tengo ni idea. Mi conciencia verbal está empobrecida desde el principio por su falta.

Conservamos el imperativo y el subjuntivo. Éste, dividido originalmente en tres hermosos tiempos, presente, pretérito y futuro, para acciones pensadas o conjeturas ubicables en cada uno de esos tres tiempos físicos.

Y podemos darnos por afortunados por la relativa riqueza de los verbos castellanos comparados sobre todo con los ingleses, la mayoría biverbales o casi monoverbales, es decir, que se despachan con una o dos palabras, y listo, acompañadas luego, eso sí, por un tropel de paráfrasis (rígidas, largas, pesadas, repetitivas…)

Pero en éstas estábamos, tristes por la pobreza histórica de nuestras lenguas, cuando nos sobreviene una nueva desgracia: la tendencia a empobrecer más lo ya pobre**.

En francés, esto ha llegado más lejos. Es el subjuntivo entero (que ya no tenía futuro… de subjuntivo) el que tiende a desaparecer, junto con algún tiempo del indicativo. ¿A dónde van?

En castellano, es notable la decadencia del futuro de subjuntivo. Su uso no se encuentra más que en alguna frase hecha, como “donde fueres, haz lo que vieres”, y en el lenguaje técnico jurídico.

Pero en general, se ha confundido con el pretérito, perdiéndose así el matiz de futuro: hablábamos de algo que puede pasar en el futuro, pero ahora, usamos de hecho sólo dos tiempos subjuntivos: el presente y el no-presente.

Las estructuras de nuestra mente se simplifican sin un lenguaje que las estructure. Pierden definición. Ésta es la razón de la lucha por el futuro de subjuntivo.

Es una lucha con esperanza: las lenguas pueden variar según el grado de conciencia y voluntad de los hablantes. El hebreo se reconstruyó. El indonesio y el vasco se unificaron. El turco republicano y nacionalista abandonó un sesenta por ciento de su léxico, que era árabe, y lo sustituyó por raíces turcas.

Si fuéremos conscientes del significado humano de esta aparentemente insignificante lucha para cuatrocientos millones de hablantes, nos empeñaríamos con entusiasmo en ella.

Kim Pérez

**) Relacionado con esto, véase, por ejemplo este artículo de Manuel Talens.